exhibition

Retrospectiva de grabados de Zygro

27 de agosto - 14 de septiembre, 1980

ZYGRO,
un grabador y muralista


Más allá de la posibilidad de prodigar una imagen aportando, en cada estampa, la calidad intransferible de la obra única dentro del múltiplo, el grabado estaba confinado a la contemplación próxima e íntima de la carpeta o del gabinete. La rotunda gráfica de la xilografía, la morbidez del lápiz litográfico y el mundo dilatado del grabado sobre metal han conocido la restricción del tamaño, del limitado formato. Esta norma interfería también en la posibilidad de integrarse arquitectónicamente, avatar éste del que son pasibles las artes de la pintura y la escultura, o el moderno concepto de mural fotográfico.
Pero en cada artista grabador anida ineluctablemente un indagador insaciable, capaz de rescatar del mundo de sus sueños la clave técnica que los haga realidad. En la disyuntiva se mide la calidad del sueño y de su soñador. En el caso de Zygmunt Grocholski la intuición sensible logro hacerse realidad tangible. A él (que en consideración a nuestra dificultad fonética accedió a simplificarse como Zygro) se le debe una nueva técnica, más aún, un nuevo concepto del grabado. Una larga investigación, la consecuente búsqueda y decantación obtuvieron su premio con la zygrografía. Mediante ella el artista polaco (radicado desde 1948 en la Argentina) se permite la alianza entre el confesional grabado y la majestad arquitectónica. Prueba de ello son sus realizaciones, como el mural de 7 metros cuadrados propiedad de la coleccionista Toni Hiller. En realidad se trata del fragmento de un proyecto para el Praya Club de Brasil, cuyo boceto abarcaba 15 metros cuadrados. Diversas interferencias imposibilitaron su aplicación, pero permitieron que, en Buenos Aires, se posea un conjunto de fragmentos del Cosmos integrado a la arquitectura, obra de concepto excepcional.
Como en toda aventura es fácil adherir a la consecución del logro: menos llevadero haber fiado a la intuición primera y sobrellevado las alternativas de su crecimiento. El artista hizo sus primeras experiencias en 1952. Las dificultades desalentaban la empresa incipiente: inexistencia de prensas adecuadas, falta de tintas industriales con fidelidad de registro eran sólo las objeciones mas tangibles. Zygros se proponía trascender la limitación del tamaño; quería quebrar esa insuficiencia cromática de las tiradas comerciales. Poseía el conocimiento de las técnicas tradicionales pero éstas se mostraban insuficientes para su plan. Pero como él asevera “si no lo hay en plaza es necesario crearlo”. Y eso hizo, con infrecuente tesón y su pugnacidad convirtió en adeptos a escépticos industriales. “Apelé a su pondonor profesional, el método es infalible cuando se trata de espíritus abiertos.
Así era el ingeniero Fain, director tecnico de la filial argentina de la firma Lorilleux. Escuchaba con atención mis proyectos, comprendía que no podía conformarme con las existentes tintas para la integración a la arquitectura del interior, es decir trabajamos conjuntamente y se obtuvo un teclado de color afinadísimo para la hoja de tamaño grande y para su perdurabilidad para el muro”. Describir el sistema como policromotipia con elementos fijos (designación de Aldo Pellegrini) es sumarse a descripciones bizantinas, apta sólo para el consumo de iniciados. El trabajo se realiza sobre chapadur (abandonó el metal y la madera por el alto costo y falta relativa de flexibilidad) en cuya pulpa dúctil puede trazar los más sensibles caracteres. La degradación de colores la obtiene por superposición abandonando la mezcla previa en la paleta. El procedimiento permite la mayor frescura del registro, una vibración del pigmento que se asemeja a la obtenida por los puntillistas con su técnica del color inducido, recompuesto por la pupila. Muchas veces produce la estampación sobre fondo de oro con lo que crea atmósferas atemporales de sugestión oriental. La implementación de la zygrografía significa una elaboración minuciosa, una “paciencia que sólo poseen los chinos” según confidencia del autor. La posibilidad de copias es, naturalmente, reducida pero eso aleja las injerencias del editor-industrial, privilegiando el celo alerta del artista-editor. Cada paso exige la atención que evite el efecto fortuito, la confusión. Para Zygro lo esencial consiste en controlar el accidente. Fruto de este hallazgo, de esta empecinada búsqueda, son las carpetas que editará con prólogo de Aldo Pellegrini en 1954, y con palabras de Rafael Squirru en 1961.
Un aspecto destacable es que Zygro emplea siempre materiales de origen argentino, para asegurar la difusión de la técnica por él creada entre todos aquellos que se interesen y la hagan útil de expresión personal.
No fue inmediatamente que se reconoció la autenticidad del sistema. Ante la novedad ofrecida no faltó quien sospechara artimañas o fraudes. La lúcida comprensión de Pellegrini primero y de Squirru posteriormente, refrendó con su autoridad la originalidad del aporte. Pero es en la tarea de Zygro donde hay que buscar los rendimientos plásticos, estos sí de naturaleza intransferible.
El mundo de Zygro merodea por la sugerencia perdurable de la naturaleza. No sólo aquella –registrada en trazo sensible cribado de atmósfera– con que documentó París; sino la naturaleza oculta de las estructuras. Mundo vegetal, indagación de los minerales, develación de la madera, el musgo o la nube.
No es por abtractización que el artista abandona lo tangible sino por comprensión íntima. Sus grabados –en la forma original que él les infirió– registran en composiciones moduladas en color y ritmo esas visiones de interioridad. Son las protagonistas frecuentes de sus murales pero la otra realidad, la del acontecer y entorno cotidiano, han hallado en Zygro un estusiasmo testigo. Como para refrendar la ciudadanía obtenida tras el primer decenio de residencia en el país, Zygro ha documentado muchos rincones de Buenos Aires, su vida sencilla y laboriosa. Sus grabados sobre el mercado San Telmo rescatan la dignidad original de la fábrica, la estructura elegante actualmente en abandono y deterioro. En esa arquitectura viven los personajes coloridos en los que Zygro atrapa la vivacidad del gesto, el detalle con rasgos de humor. Su visión de la ciudad de adopción se circunscribe al rescate de las víctimas del olvido o de la piqueta; son los extramuros de la prosperidad esas despensas humildes, las pequeñas mercerías donde sólo podrán comprarse tres botones, los almacenes de suelas con su persistente vaho de tanino. Lugares polvorientos cuya atmósfera se presta a ser transcripta en tamizados valores de color. Poseyendo los secretos del grabado, Zygro no vacila en utilizar gofrados que articulan la línea, dándole pulsión de nervadura. Es que constantemente la naturaleza apela a sus valores en la grafía del artista.
Lógicamente estas capacidades no son fruto de la improvisación. La formación plástica de Zygro es bien sólida, y las alternativas de una vida rica es peripecias no le han impedido decantar estos fundamentos, enriqueciéndolos con la propia invención. Narra su vida en un castellano de rico vocabulario pero de dificultoso acento. Su francés, en cambio, discurre flexible, le permite sus frecuentes rasgo de humor. Por momentos el pasado lo invade haciéndose presente, una historia familiar que se remonta en los siglos, sólo se bate en retirada ante los proyectos plásticos que lo ocupan. Nació –un 4 de junio de 1905– en Pokutynce, Polonia, de una familia de antiguos terratenientes. Las alternativas políticas de sus país determinaban frecuentes éxodos. En su abigarrado taller porteño, entre libros de arte, cerámicas y elementos de trabajo guarda sus documentos. Fotos de las residencias familiares envueltas por la nieve, veladas por los bosques de robles.
La delicada estructura de sus ramas se ha filtrado persistentemente en sus grafías. Allí, en esas inmensas fincas, repletas de recuerdos y leyendas transcurrieron sus primeros años. En Cracovia reencontró las filigranas vegetales en el roleo pétreo de las catedrales góticas y renacentistas. Las dibujaba con pasión detallista, y a todos pareció lógico su ingreso en la Escuela de Arquitectura de Llow. Fue un tanteo vocacional, pero su destino era la plástica. Consecuentemente en 1928 entró en la Academia Nacional de Bellas Artes de Varsovia. Allí le fue revelado el color por medio de sus maestro Kowarski. Los progresos fueron rápidos y reconocidos por becas oficiales en Roma y París. El arte de Giorgione y Rembrandt lo atrapó. También conoció los encargos importantes: murales de Kramin, en las cercanías de Poznam; murales monumentales para el antiguo palacio monumental de Vilno, antecesores de los realizadores en Buenos Aires, en la residencia de los embajadores de Francia. La guerra impone un cambio trascendente; a los treinta y cuatro años se transforma en oficial de caballería. “ Para qué contarles detalles. Todas las guerras llevan su carga de grandeza y miseria. Mi patria esta desdichadamente acostumbrada a las dos. Fueron años en que sólo contaba el país, pero mi destino era la pintura”. Concluida la contienda se radicó en París. Sin embargo algo le llamo la atención en sus diarios paseos por la ciudad: un escudo argentino con sus dos manos cruzadas, sosteniendo la pica y el gorro frigio, símbolo de la libertad. “Me dije a mí mismo, buena tierra ha de ser. Una de las manos es de ellos, la otra puede ser la mía”. Insiste que el resto fue fruto del azar benevolente. El primer taller que instaló le fue rentado por un paisano. Se conocieron al leer el cartel de un hotel, el Varsovia. Encadenándose los hechos recibió encargos de Berembaum, que le permitieron instalarse convenientemente. La generosidad vino también de manos argentinas, aquellas premonitorias del escudo nacional. Manos de artistas, las del eminente Alejandro Sirio. Fue él quien le proporcionó su primera prensa de grabado, una sólida y bellísima prensa que guarda en su taller de Charcas y Canning. “Sirio era, curiosamente, un argentino cabal tanto como un hidalgo a la española. Con su prensa grabada, por fragmentos, los paneles de mis murales. Me empeñe –en todas las acepciones del término– en procurarme una máquina acorde a mis necesidades. Para lograrlo fueron necesarios los esfuerzos de ángeles, santos, demonios y los míos propios. Todo debió inventarse y hacerse de la nada, pero la realidad esta aquí”. Su obstinación reside en su pasión plástica.

ELBA PEREZ

Artículo publicado en el suplemento de letras del diario "Convicción". Agosto, 1979

Texto del catálogo de la exposición Retrospectiva de grabados de Zygro.



 
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