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Cuerpos pintados: Fotografías de Roberto Edwards

07 de octubre - 21 de octubre, 1992

Presentación

De la suerte hay que hablar si se habla de este libro.
Tardó diez años en estar listo, contando desde el día en que la idea nació. Pero empezó a tomar cuerpo hace dos años. La suerte jugó en contra durante la primera etapa. Hubo dificultades con los materiales para pintar sobre piel humana, con la escasez de tiempo -consumido en otros afanes- y con la obtención de modelos. En la segunda fase la suerte actuó a la inversa. Todo se fue dando como si una mano invisible moviera las piezas del azar, hasta entregarnos terminado este libro que ha dado alegría a todos quienes participamos en su creación.
El punto de arranque de la idea de producir este libro fueron fotos de la conocida modelo Veruschka publicadas en una revista europea. Un pintor alemán, con gran técnica gráfica, había pintado ropa sobre su cuerpo desnudo. El efecto era muy extraño. La pintura la vestía tan completamente que era fácil confundirse.
¿Y qué ocurriría -pensamos aquella vez- si se intenta realizar como alternativa auténticas obras de arte sobre cuerpos humanos?
Al primer pintor que invitamos a participar en esta prueba fue a Mario Toral, a principio de los años 80. Quedan escasos rastros fotográficos de ese ensayo, pero sí recuerdos muy vivos. 
La idea de "producir" un libro de pintura ejecutada sobre la estructura corpórea humana, y que procurara reunir a los más grandes pintores chilenos, se nos fue convirtiendo casi en una obsesión a fines de los 80. Era una estimulante síntesis de lo que por muchos años nos ha interesado paralelamente: la fotografía, la pintura y el cuerpo humano como objeto expresivo. Intuíamos que el cuerpo humano (el arte puede equivocarse, no la naturaleza), con sus infinitas potencialidades artísticas, en forma, en luz, en sus músculos y su esqueleto, podría servir para sustituir la tela, y con ventajas. Si es verdad lo que se ha dicho que el arte "el contenido no es nada, la forma es todo, porque la forma actúa sobre la totalidad del ser humano que la observa", la obra realizada sobre el cuerpo en su desnudez esencial debería crecer en expresividad.
Convencidos como estábamos de esta potencialidad, a menudo el tema era tratado con personas vinculadas al arte. Hace dos años lo hicimos con la galerista Lily Lanz, de Santiago, que ha llevado sobre sus hombros grandes proyectos salidos de su propia creatividad y capacidad para emprender.
La suerte comenzó ese día a ponerse del lado de este proyecto. A Lily Lanz le entusiasmó la idea de proponer a los pintores chilenos una disciplina nueva. No se trataba de llevar el vino de siempre a vasijas nuevas. Había que someter al artista, que trabaja habitualmente en dos dimensiones, al desafío tridimensional. 
Lily Lanz se mostró entusiasmada con la posibilidad de mostrar el clima artístico de Chile en un solo libro, y más aún hacerlo mediante una idea nueva, que permite extender sus fronteras, produciendo una obra artística no realizada antes en otras latitudes. Pocos días después, ella organizó un encuentro con algunos de los principales pintores chilenos. La acogida fue unánime, sin el más condiciones que la absoluta libertad creador.
Se hizo una rigurosa selección de los artistas que participarían, y el proyecto comenzó a caminar con toda la prisa posible en una tarea compleja como ésta. Pauline Lanz, hija de la galerista, estudiante de Arquitectura, fue la primera modelo. Con esta experiencia concluida y con el resultado fotográfico en sus manos, ella misma se dio a la tarea de encontrar otros modelos y hacer de coordinadora.
Este tema aparecía inicialmente como el más difícil de resolver; se necesitaban cuerpos como recién sacados del sueño, sin poses aprendidas o trabajadas en otras tareas profesionales. El ideal del artista sería encontrarse ante cuerpos de expresión natural, en que alguna aflicción del alma reflejada en ellos sirviera como fuente de inspiración, haciéndole mover sus pinceles y sus ideas.
Rastrear esos modelos eventuales y persuadirlos fue tarea de Pauline Lanz. Otra vez la suerte se nos atravesó en el camino, como un gnomo que nos muestra el rumbo correcto y luego desaparece.
Uno a uno fueron llegando los modelos, y al enfrentar al artista descubrían sorprendidos que su cuerpo se entregaba dócil al pincel, como la mujer que va a tener un hijo se entrega al partero. Lo hicieron sin ardor en las mejillas, con alguna tensión inicial, pero pronto muy tranquilos, por que la alegría que se anuncia y se espera hace más fuerza que la incertidumbre, la incomodidad o el dolor.
Para muchos que se ofrecieron voluntariamente la experiencia alcanzó la intensidad del rito, conscientes como estaban de participar de una fantasía colectiva, de una fiesta inédita del arte chileno. Un momento de germinación emocionante, muy confiados en que cuando alguien apunta hacia la Luna nadie mirará el dedo.
Cerraremos el paréntesis de los modelos, protagonistas de este libro, diciendo todos afirmaron haber vivido una experiencia emocionante y crecedora.
¿Crecieron los pintores con esto?
Pasarse para el bando de los ángeles es la más odiosa traición del artista, decía Huxley. Y obviamente no es lo que ocurrió ni a pintoras ni a pintores que participaron en esta obra. Pero teniendo plena libertad para escoger temas, sin más censura que la propia, ninguno mostró el cuerpo humano como instrumento erótico. Curioso, y esperanzador, ya que en el mundo de hoy tan saturado con esta visión unilateral, nos estimula que haya personas que valoran el cuerpo humano como expresión de belleza, por encima de cualquier otra consideración. 
¿Quieres ser un Antúnez vivo por algunas horas? ¿Un Carreño? ¿Un Bororo? ¿Prefieres ser una Roser Bru o una Patricia Israel?
Así se había hecho la invitación a los modelos, y quienes estaban frente a ellos en el momento de la creación sabían lo que significaba esa entrega.
Los artistas pasaron sujetos al banquillo por dos, cuatro y hasta diez horas seguidas; a veces fatigados, deslumbrados, condenados a la contemplación de ese cuerpo en actitud de entrega al arte, con la absoluta necesidad de superar cualquier limitación y titubeo, convertirse en lo que a menudo fueron: pequeños dioses enmendando la naturaleza, buscando una nueva dimensión para el cuerpo. Muchos de ellos -como se advierte en las páginas de este libro- llenaron esos cuerpos de significaciones inesperadas.
Para que esta forma de expresión pictórica fuera posible tuvimos que buscar tipos de pintura no tóxicas, puesto que la piel absorbe como una esponja. También era necesario descartar aquellas que pudiesen desencadenar reacciones alérgicas. Descubrimos, después de una extensa investigación entre médicos y especialistas del ramo, productos alemanes y norteamericanos, que cumplen con todos los requisitos de seguridad, y que se utilizan en los mimos, el teatro y la ópera.
Aquí la buena suerte tomó el nombre de Rosario Valenzuela, maquilladora y también pintora, quien se familiarizó con los materiales para poder prestar su ayuda a los artistas participantes.
Se usaron dos clases de pinturas. Una opaca, que se seca completamente, que no es siempre pareja y en algunos casos se resquebraja. La otra es brillante, pastosa y ofrece ricas posibilidades en texturas, pero como no seca nunca, tiende a mancharse con mucha facilidad. La gama de colores en ambas es completa.
La pintura fue aplicada por los artistas median te esponjas para cubrir las grandes superficies, como las que se usan en el maquillaje profesional, y los pinceles para el trazo más fino.
Rosario Valenzuela estuvo siempre junto al pintor, prestando su colaboración. Fue ella quien, a veces, dio ciertas pinceladas que el artista prefirió observar desde la distancia.
Luego de algunos intentos agotadores, en que los modelos debían permanecer largas horas de pie, se optó por un procedimiento menos exigente. Eran tendidos sobre una superficie acolchada, mientras el artista pintaba el cuerpo en su parte delantera. Luego, sentados, se trabajaba en la espalda, y se concluía en posición de pie. Rostro y cabeza quedaban para el final.
Concluida la pintura del cuerpo (algunos artistas trabajaron en más de uno, conformando una secuencia) llegaba el momento de la fotografía. Durante una o dos horas, la obra de arte viviente era sometida al trabajo fotográfico, segunda fase de esta tarea. Esto consistía básicamente en que el fotógrafo dirigía al modelo para que se moviera constantemente, pero en actitud definida por la pintura. El pintor fue siempre consultado con la intención de aproximar su visión.
Todas las fotografías fueron tomadas en iguales condiciones de luz y con fondos continuos colores neutros, para permitir flexibilidad en el diseño y unidad en la obra final. De este modo, un arte perecible en el cuerpo quedó detenido -y en movimiento- para perdurar en película fotográfica y en páginas impresas.
Producir una sinfonía con esta multitud de notas distintas no era tarea para cualquiera. Y
otra vez el azar se encargó de decirnos que hay una buena mano que maneja discretamente nuestro destino. Conocimos a Dorit Lev cuando acababa de recibirse con honores en la School of Visual Arts de Nueva York. La joven diseñadora gráfica sintió como propio el proyecto, y no se dio descanso durante meses.
Influida por el cine, combinó planos distintos, aprovechando los fondos neutros para jugar con las perspectivas, hasta producir un todo armónico. Esa fue una de sus tareas. La otra, decidir libremente sobre el orden o secuencia del libro y los pintores. Quiso comenzar con obras de Nemesio Antúnez, y terminar con Marcelo Larraín, por razones que sólo ella conoce. Ajena a las jerarquías artísticas chilenas, sin saber si un autor es consagrado o emergente, armó su sinfonía.
La coordinación del complejo proceso de pre impresión e impresión estuvo a cargo de Mónica Drouilly, quien inspiró, motivó y dirigió con pericia el excelente equipo profesional y técnico de Cochrane S. A., en Santiago de Chile, responsable de la impresión de esta obra.
Nuestro propósito es repetir la experiencia de Cuerpos Pintados en los principales países latinoamericanos, hasta culminar con una obra de síntesis continental.
En 1992, cuando el mundo conmemore los 500 años de la llegada de Colón a América, donde su encuentro con seres humanos pintados le hizo imaginar tal vez que se hallaba en un nuevo mundo, quisiéramos ofrecer a los amantes del arte una obra en que hombres y mujeres americanos de distintas latitudes vuelven a pintar sus cuerpos.
Pero ahora con el orgullo de un arte maduro.

Roberto Edwards
Santiago de Chile, Octubre de 1991

Texto del libro de la exposición Cuerpos pintados - Fotografías de Roberto Edwards.
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