Discutir el arte es discutir el hombre. Hace poco leía no sin cierta simpatía el patético afán de un crítico por ubicar "formalmente" la obra de cierto joven artista. No pude menos de sonreírme por el noble galimatías a que había llegado, y no porque se dijesen disparates, sino porque la actitud que guiaba al esteta era en sí disparatada; algo así como contar los granos de arena en la playa: comprendemos lo que el contador se propone, hasta podemos confirmar que sabe contar pero, es tal la parcialidad del resultado obtenido que mejor sería dedicarse a otra cosa.
Y porque discutir el arte es discutir el hombre, resulta tan delicado esto de aventurar opiniones críticas en la materia.
Discutir la pintura de Kemble es discutirlo a Kemble y si Kemble es un hombre difícil, mucho temo que la primera de las tareas no sería fácil.
Cuando digo que Kemble es difícil no me refiero a sus dificultades de carácter, que además las tiene por supuesto: me refiero a su espíritu movedizo, casi mejor, escurridizo: "elusive", dirían los ingleses. Kemble es un espíritu del cual lo más que podrá obtenerse es una instantánea; es un espíritu sin reposo como para ser apreciado "clásicamente". Esta es su debilidad y ésta es su fuerza. Debilidad porque a menudo su velocidad lo lleva a abusar del método del "collage", demasiado impaciente para demorarse en una equivalencia plástica de lo que golpea su imaginación, nos la brinda "en bruto", con latas o papeles, y que cada cual se las arregle como pueda. Pero es esta misma debilidad que sin duda incomoda a muchos, la que le permite identificarse con ese aspecto prodigioso de la realidad: el ser en la instantánea, el ser en lo que deja de ser para ser otra cosa, el ser del fuego.
En esto Kemble es ortodoxamente zen y ortodoxamente informalista.
Su sensibilidad concuerda con la enseñanza "práctica" del cachetazo, del maestro: Kemble es un pez en el agua cuando se trata de brindar, mejor, de comunicar, el vértigo de la existencia.
Todo pasa, dice el escéptico, para excusar la inacción, y Kemble contesta: Todo pasa, pero no por eso deja de ser. Y allí están sus cuadros para confirmarlo. La vida es eso, miren bien, es ese vértigo, esa velocidad, esa mancha, esa borrosa memoria, eso que ni recuerdo ya; pero ES todo eso, ES.
Y hay metafísica cuando nos metemos con el ser, y el arte de Kemble es metafísico de buena ley.
Soy el que soy. Lo dicen desde Jehová hasta Pistol, el pobre bufón shakesperiano.
Lo que importa no es ser así o asá, sino ser. Tan sencillo y tan difícil. A Kemble le ha costado llegar a su ser, anduvo mucho, peregrinó mucho, sufrió mucho, porque nada enseña tanto "como sufrir y llorar."
La experiencia liberadora es una experiencia dolorosa y hay que padecer muchas falsedades para llegar a una verdad; hay que matar a muchos yos para llegar al "yomismo".
Años de lucha preceden Ia muestra individual de este pintor, no tan joven como para que se lo juzgue en muchacho, mucho menos en "buen muchacho", como gustan hacerlo muchos pedantes de la crítica.
Pedimos a todo espectador el respeto que el espíritu reclama para sí.
RAFAEL F. SQUIRRU
Director del Museo de Arte Moderno
de Buenos Aires
Texto del catálogo de la exposición Pinturas de Kemble.