exposición

Ana Mendieta

16 de marzo - 17 de mayo, 1998

Ana Mendieta

Enviada a los Estados Unidos a los trece años en el marco de la Operación Peter Pan, el desarraigo y el dolor de ser "otro", la convirtieron en una defensora de la identidad cultural, que alza como bandera política.
Estudia en la Universidad de Iowa y a partir de 1972 realiza performances casi "rituales", donde su cuerpo se funde con la naturaleza, en una suerte de simbiosis. Sangre, tierra y fuego le sirven para dejar la impronta de su cuerpo ausente.
Combinando performance, materiales y referencias a prácticas espirituales, las siluetas de Mendieta desarrollan un original lenguaje escultórico y formal modelado por la propia identidad cultural y sexual de la artista, pero referido a una experiencia universal.

"Debido a su circunstancia personal, Ana Mendieta vivió dolorosamente esa alienación moderna que parece inexorable e invencible, en su expresión más cruda; fuese como mujer en una sociedad descarada y pornográficamente machista, fuese como una cubana en un exilio donde el ser hispano significa todavía ser un ciudadano de segundo orden. Aún peor, ni siquiera pudo completar una infancia feliz en el seno de una familia extremadamente cohesionada, porque tal posibilidad fue cortada de cuajo, al ser súbitamente enviada a los Estados Unidos. Sin embargo, no se abandonó a la conmiseración ni al lamento, ni se dejó llevar por el amargo rencor. Todo lo contrario, universalizó con excepcional lucidez su dramática circunstancia y supo conectar ésta con el devenir global de la cultura que casualmente la había acogido. Su paso por la Universidad de Iowa resultó ser determinante, porque facilitó en gran manera la concreción de sus ansias creativas. Finalizó sus estudios cuando despuntaban los setenta, en un contexto extraordinariamente libertario en lo que se refiere a las prácticas configurativas. La objetualidad de la obra de arte, pasó a flexibilizar su definición (...). Como la propia Ana Mendieta reflexionaba, estaba claro, como lo está ahora añadiría yo, "que la función del intelectual no es un privilegio sino un derecho; (...) y no un regalo sino un compromiso" (...) por ello (...) "la lucha por la cultura es la lucha por la vida". Sin duda acotó su territorio de creación con puntería certera.
Siempre consideró su circunstancia como una excrecencia marginal, como una manifestación a la vez real y simbólica de un fenómeno mucho mayor, que amenazaba con engullir su identidad, presionándola como los demás, hacia el anonimato y la nada. Ese fenómeno era al mismo tiempo histórico y contemporáneo. Era obvio que en los países tercermundistas, la violencia directa de antaño había sido sustituida por el predominio tecnológico y cultural, ya que esas eran armas mucho más fructíferas y efectivas de sometimiento. En sus propias palabras, la estrategia consistía en "simplificar, distorsionar y banalizar para poder imponer un estilo de vida". (...)
(...) Se dio cuenta con júbilo, de que su formación artística libertaria encajaba punto por punto con su historia personal. Por eso profundizó en el arte de acción sin voluntad alguna de chamanismo demiúrgico, ya que no precisaba objetivizar nada, pues su existencia ya tenía de por sí esa cualidad, siempre que se mantuviese fuera de la anécdota y de la narrativa; es decir, si era estricta en circunscribir sus acciones y, como tales, constituirlas en abstracciones metafóricas, al fin y al cabo, como cualquier objeto. Sin embargo, precisamente porque percibió que se reunían en ella en extraña simbiosis, lo particular y lo general, lo específico y lo genérico, rechazó el desarraigo y concentró su interés en los signos y en los arquetipos de lo que le era próximo, de sus raíces que permanecían en ella con toda su fuerza, a pesar de haber sido empujada inopinadamente a la extranjería y al nomadismo. Reconoció, siempre sin ambajes, que a través de sus esculturas afirmaba "sus lazos emocionales con la naturaleza", pero también decía que "no conceptuaba la cultura de otro modo". (...) El utilizar su cuerpo era como una técnica de inmersión, como un tocar un fondo catárquico, que le hacía trascenderse a sí misma para subrayar la "inmediatez y la eternidad" del flujo vital colectivo. (...)
(...) Ana Mendieta, por la particularidad de sus especiales circunstancias vitales y la coincidencia con sus ansias creativas (...), logró una irrepetible síntesis que relacionaba sus acciones con la forma (silueta) de su cuerpo, con el land art y con los signos arquetípicos y esotéricos de religiones sincréticas y de ritos primitivos. (...) Su silueta en vivo, o la huella de la misma en positivo o negativo vinieron a solucionar con efectividad esa problemática dual, para muchos insuperable. Pero como ya he dicho, la metáfora integradora de la alianza de su cuerpo con el paisaje, enfatizada con el barro o cualquier otro material u objeto, formaba parte de una querencia más global que una pura contestación ecológica en el sentido físico. (...)
(...) Siluetas, huellas ígneas, velas, raíces centenarias, tumbas milenarias, abalorios, plumas de ave, sangre, fértiles ríos, cuerpos generosos y signos misteriosos, conformaban materialmente los deseos y las inquietudes de Ana Mendieta y nos transmitían sus carencias, sus fantasmas y sus esperanzas, a la vez que descubría y nos hacía patentes los de todos nosotros. (...)
(...) Sólo el cuerpo, en tanto en cuanto es una unidad alingüística de conciencia y la actividad artística en tanto en cuanto poetiza sobre los objetos, tiene acceso a esa comunión de nuestro yo con el mundo exterior que Ana Mendieta perseguía con firmeza. Por eso sus obras reunían ambas cosas con tanta claridad. De naturaleza optimista, se veía a sí misma como a una arqueología de una felicidad por venir, definida a partir de un vitalismo total todavía hoy desconocido. No estoy segura de que ese optimismo tuviera más fundamento que el ferviente deseo que nos reveló sin pudor, pero al menos es justo reconocer su valentía y el modo como la expresó plástica y humanamente."

Gloria Moure*

*Fragmentos de "Ana Mendieta", en catálogo Ana Mendieta, Centro Gallego de Arte Contemporáneo, Santiago de Compostela, 23 de julio al 13 de octubre de 1996.

"No existe un pasado original que se deba redimir; existe el vacío, la orfandad, la tierra sin bautizo de los inicios, el tiempo que nos observa desde el interior de la tierra. Existe por encima de todo la búsqueda del origen". (Ana Mendieta, 1983)

Texto del folleto de la exposición Ana Mendieta.

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