Una insobornable vocación popular que ha teñido toda su producción, tanto como cineasta como pintor, define a Edmund Valladares como uno de los artistas argentinos que en mayor medida ha sabido asumir sus compromisos ideológicos sin limitarlos a sus contenidos críticos sino haciéndolos trascender al plano de la creación, lo que él llama, explícitamente, "la verdadera función del pensamiento creador".
Esto es lo que corrobora esta gran muestra suya, retrospectiva, organizada por el Museo de Arte Moderno. En ellas se podrán seguir sus múltiples etapas, desde sus visiones del barrio y sus personajes, ubicables a fines de los años cincuenta, hasta su serie sobre los pájaros americanos, expresiones fabulosas que se insertan en ese expresionismo continental del que Valladares es uno de los líderes indiscutibles como lo demuestra la repercusión que tiene su obra en toda América.
También se podrá comprobar su inquietud de búsqueda, su absoluta libertad para recurrir a formas, materiales, técnicas, experiencias que puedan requerir sus necesidades expresivas del momento. Y alimentando todas esa actividad sus preocupaciones sociales, aquellas que le hacen prevalecer permanentemente los contenidos éticos sobre las formas estéticas, en función de nuestra realidad, que Valladares identifica con la de toda América.
Osiris Chiérico
Museo de Arte Moderno
CRONISTA DEL ABSURDO
Fábio Magalhães
La obra plástica y cinematográfica de Edmund Valladares se complementa y se nutre como experiencia en el tratamiento y la construcción de sus imágenes y su significados. Su expresión pictórica y sus conocimientos de artes plásticas hacen más positivas sus posibilidades en el cine, y a la vez la riqueza de sus experiencias con el lenguaje cinematográfico y sus posibilidades narrativas, profundizan elementos dramáticos en el tratamiento de la poesía de sus series de dibujos y de pinturas.
El artista tiene conciencia esa relación y de la interconexión de los lenguajes del cine y de la pintura en su obra, y al escribir sobre la integración del pintor en la cinematografía, él analiza comparativamente el "tiempo" de ambos lenguajes: "El cubismo, en el caso de la pintura (esa escuela que actúa como centro del lenguaje científico pictórico) logra modificar el tiempo el espacio único, o sea el continente del cuadro, quebrándolo en otros espacios permitiendo realizar "secuencias" a través de esos nuevos espacio-tiempo fraccionados de la totalidad de una forma o de varias".
Esta totalidad está en la pantalla de proyección de una obra de cine donde las "secuencias" son comunes a la estructura misma del lenguaje cinematográfico, y que gracias al "corte-tiempo" puede mostrar distintos planos de las formas o personajes de una escena o una acción dividiendo y sumando el tiempo real. Surge entonces "relativo" lo que ha sido "antagónico", mostrándonos que si los lenguajes pueden modificarse en sí mismos, son los esquemas y los usos y costumbres de la mentalidad especialista, los que hacen que estos lenguajes aparezcan opuestos o separados". Esa expresión del autor nos da una idea de integración de ambos lenguajes en su obra y de la convergencia de sus propósitos en la construcción de su poética visual.
Las ideas temáticas son siempre testimonios de su tiempo y reflejan la sociedad que vive el artista. Rosa Faccaro en su excelente texto para la muestra retrospectiva de Edmund Valladares en el MASP llama la atención para el carácter de la crítica del artista en las narrativas gráficas de sus series, como: "los Sillones", "Los muñecos", "los sueños", "las Gorras", "las Señoras", etc. La experiencia en el uso y manejo del lenguaje cinematográfico se revela en el montaje del auto collage, la sobre-impresión, el enmascaramiento, son elementos plásticos que le ayudan a expresar una distorsión. La visión de flash intempestivo se suma a la línea cortada de ritmos continuos y discontinuos. Su plástica contiene una carga vital, una agitación pasional, su visión en plena exaltación se resuelve en una agonía caótica, donde el artista va a imponer un nuevo comienzo temático".
La formación de su pintura se estructura insertada en la dinámica y la polémica de los lenguajes que transformaron a los artistas de nuestro continente, principalmente las décadas del 50 y del 60. Hay raíces europeas y diversos aspectos de historia de pintura moderna, especialmente de las corrientes del expresionismo, que fueron absorbidas por Edmund Valladares. Ese proceso se dio en el clima de las luchas sociales e intelectuales que se trababan en la Argentina y en el continente latinoamericano. Tal vez por tener su pensamiento y sus preocupaciones volcadas a la cuestión social, a los problemas de la condición humana, no se interesó por las investigaciones geométricas que se desenvolvieron de modo extraordinario en las artes plásticas argentinas.
Es de interés observar que en ese período formativo de su expresión plástica, Valladares a pesar de haber acumulado experiencia como artista gráfico trabajando en publicidad, no se sintió atraído por los lenguajes de la nueva figuración que en los años 60, adoptaron los elementos de la gramática publicitaria, como el "pop art", que influenció una generación de artistas de América Latina. Él prefirió, en el tratamiento de la figura humana, enriquecerla con las posibilidades pictóricas del informalismo, de la "action painting" y el expresionismo abstracto. Esos elementos informales incrementados por elementos figurativos establecen un conflicto interno en la obra propia, que a veces se estructura en un diseño sólido y otras se diluye en el espacio con manchas de color.
Los conocimientos de pintura abstracta fueron incorporados a su figurativismo. El espacio tratado casi siempre de forma fragmentaria, una composición se estructura a través de relaciones dinámicas, muchas veces de forma vertiginosa, o en espiral o también a través de tensión o expansión de líneas y masas de color como en el retrato de Van Gogh, hoy en la colección del Museo de Arte de San Pablo, de estructura explosiva.
Valladares desenvolvió determinados temas en una secuencia de trabajos en los que aborda de forma contundente, cruel, las flaquezas y las grandezas del ser humano. Su divina comedia. Una ironía que existe en su crítica y en el humor contenido, aun de terrible manera, en sus mutilaciones, acrecienta la aparente nihilismo de sus tratamientos, una puerta de salida para las trágicas situaciones de su pintura. Su tragedia sugiere a Goya de la época negra, de las escenas populares, de los horrores de la guerra, y nos hace recordar a Van Gogh principalmente sus retratos. Su ironía se desenvuelve a través del absurdo, provoca perplejidad, establece lo inusitado y nos envía a la poesía de Buñuel. Son los maestros de Valladares.
El artista trabaja algunas veces de manera envolvente creando un lenguaje que atrae el espectador hacia adentro mismo de su pintura, que lo compromete. Otras veces, lo provoca de distinta manera, repeliéndolo, impidiéndole aproximarse, dejándolo indignado, y también permitiendo que el observador se aproxime, como alguien que observa objetos en una vitrina, con deseos pero sin comprometerse. Esas diferentes actitudes corresponden también a las diferentes estructuras del lenguaje, de predominio dramático e irracional, constituyen expresiones narrativas de gran vitalidad que tienen el poder perturbador de poner en jaque, de fragmentar nuestra lógica y nuestro acomodamiento delante de los absurdos de nuestra realidad.
Fábio Magalhães
Director del Museo de Arte
de San Pablo
Textos del catálogo de la exposición Edmund Valladares (retrospectiva).