exposición

Raquel Forner: Las Mutaciones espaciales

8 de junio - 25 de junio, 1972

La muestra retrospectiva que Raquel Forner hizo entre nosotros en 1969, exhibiendo doce años de la "era espacial", esbozaba algo así como una línea divisoria y desafiante entre ese presente colmado de luchas cosmogónicas y un futuro que no ocultaba sus problemas. ¿Qué camino habría de tomar Forner, sin quebrantar la continuidad de su narración, pero al mismo tiempo renovándola? ¿En qué se transformarían los seres de la astrofauna, los astronautas (caballeros andantes del espacio), los terráqueos, susceptibles a las influencias cósmicas y psíquicas de los diversos choques, atrapados en laberintos misteriosos?

El rumbo positivo de su trayectoria fue confirmado, hace un año, por los comentarios que la artista obtuvo en Londres, con motivo de su segunda exposición en dicha ciudad. El crítico inglés Bernard Denvir pudo anticiparnos en "Art International" algo del cambio al decirnos que la expresión de Raquel Forner se dirige a una "pesadilla cosmológica, en la cual las especies humanas se transmutan con las creaciones estelares, y surge un diálogo extraño, imposible, entre el pre- sente y el futuro, entre la tierra y los espacios, entre América y la luna".

A ese diálogo asistimos ahora, y, al parecer, no tan imposible, puesto que el elemento humano aporta toda su fuerza a las "mutaciones". La irracionalidad se va esfumando poco a poco, o quizás el sentido de la visión esté cambiando, y prefiera eludir en parte la fiereza rudimentaria. Porque una estela de serenidad suaviza las visiones apocalípticas de antes, dota a los monstruos de una contextura más cercana a nosotros, como si pasara por ellos una chispa ordenadora volviéndolos más asequibles. Y esta derivación, que tiende a la armonía, se corresponde con una paleta menos agresiva aunque siempre exaltada, con una composición fluida aunque siempre rigurosa.

Pero no se aclara totalmente el interrogante con el paso de lo extrahumano a lo humano, como si el sello de nuestro planeta se impusiera a otros ámbitos. Hay más bien una simbiosis entre esto y lo otro. La dificultad de la tarea consiste en dar a cada uno su sitio. La obra de Raquel Forner exige cada vez más una lectura coherente. Es contraria por naturaleza a lo fragmentario, lejos de las limitaciones que le impongan una consumición rápida e inesencial. Y así, es preciso comprender que por debajo de sus arrebatados impulsos hay una seria actividad vigilante, y que no basta con aludir a alguno de los dos aspectos para darse cuenta cabal de su personalidad. En Forner predomina un "pensamiento plástico", y, gracias a él, es capaz de abarcar esa tan difícil confrontación desmedida de hombre y espacio, sin volverse incomprensible ni perderse en lo anecdótico.

Guillermo Whitelow
Director del Museo de Arte Moderno
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